miércoles, 10 de marzo de 2010

UNA AMISTAD SELLADA EN CORREOS. (relato, finalista del certamen de Relatos de Ediciones Cardeñoso, Año 2006)


Durante más de veinticinco años mantuve correspondencia con Janaina. Una amistad curiosa, original, diferente. Se inició a través de una revista donde se anunciaban direcciones de jóvenes de todo el mundo. Jóvenes que mostraban su deseo de relacionarse utilizando como medio: la pluma y el papel Yo era muy joven también.
Diecisiete maravillosos e inocentes abriles. Diecisiete años llenos de vitalidad, ilusiones y alegría de vivir. Elegí los que más me atrajeron y me dispuse a iniciar unas amistades basadas en la incertidumbre de la distancia y el inefable atractivo de la novedad y lo desconocido. Era una manera simpática de comunicarme. Algo innovador a aportar a mi círculo personal. Varias ciudades, varios países, diversas culturas y religiones se daban cita con un denominador común: la amistad. Éramos todos de una edad aproximada; compartíamos aficiones, ideas, impresiones, además de contarnos casi nuestra propia vida por carta. Era como escribir un diario y echarlo en el buzón en lugar de guardarlo celosamente. Intercambio de postales, sellos, monedas, calendarios de bolsillo y fotos. Todo un arsenal de colecciones para almacenar en el baúl del trastero. Ya que no podíamos vernos, nos hacíamos mutuamente un retrato-robot y un resumen de nuestros escasos y felices años anteriores.

Me llegué a enamorar de Vitorio, un italiano que me escribía desde Nápoles. Sus cartas, parecían testamentos. Era guapísimo, hablaba varios idiomas entre ellos el español claro. Al cabo de cuatro cartas mantenidas con él y un par de fotos, comentó que vendría a verme ese mismo verano. Era primavera cuando me lo dijo. Yo por supuesto no lo tomé en serio pero cual no sería mi sorpresa al regresar un día a casa de vuelta del instituto y encontrármelo en la puerta con dos maletas a ambos lados de su escultural porte y una sonrisa de oreja a oreja.
Abrió los brazos y me estrechó en ellos al tiempo que me alzaba en el aire como si fuera una muñeca. - ¡Cielos1 Eres más bonita de lo que yo imaginaba. – decía. Estuvo una semana conmigo. Se hospedó lo más cerca de mi casa, a unos dos kilómetros escasos y estuvimos saliendo juntos hasta el último día que permaneció en España. Cuando hubo partido yo no saabía si estaba decepcionada, confundida o verdaderamente en el fondo sentía algo por él. La correspondencia continuó a lo largo de los años posteriores a nuestro efímero y significativo encuentro. Lo cierto es que nunca le he olvidado pero no sé a ciencia cierta el motivo por el cual no logré apartarlo de mi mente. Transcurridos los mencionados dos años, me escribió la última carta que llegó a mis manos, donde me comunicaba su próximo enlace con una compañera de instituto a la que conocía desde hacía muchos años y que nunca imaginó, llegaría a representar un papel tan importante en su vida, como en verdad estaba sucediendo. Esa fue la explicación que me dio.


No sé si me alegré por él y su futura felicidad o si en el fondo de mi corazón sentí nostalgia y pena. Ni yo misma lo sé. Le contesté a vuelta de correo deseándole toda suerte de venturas y dicha y a partir de ahí nunca más volvimos a escribirnos.
Mi amistad con Janaina una venezolana con raíces españolas y parientes en diversos puntos de Sudamérica, fue lo más especial que podía pasarme Gracias a ella y a la amistad y apoyo que me brindó desde el otro lado del charco he podido superar más de un escollo en mi azarosa vida. Nunca nos hemos visto. Nuestras cartas han sido numerosas. Un promedio de quince al año. Janaina es la única superviviente de toda una larga lista de nombres masculinos y femeninos que decoraron mi habitación juvenil durante varios años, de cartas, posters y demás.
Janaina y yo fuimos las mejores confidentes, las mejores compañeras a más de ocho mil kilómetros de por medio.
“La amistad multiplica los goces y divide las penas”.
Era su frase favorita, es su frase favorita.

La ha puesto a veces de inicio y en ocasiones la ha colocado en medio de una frase o como broche de oro a una de sus innumerables cartas. Es nuestro símbolo, nuestra carta de presentación porque ahora la utilizó en ocasiones sin darme cuenta para expresar mis sentimientos con alguien a quien puedo hablarle en persona, aunque para ser totalmente sincera, por nadie siento tanta amistad como por Janaina, a pesar de la distancia. Nuestros caminos fueron muy distintos pero han tenido los dos un tinte de frustración. Una frustración cuyo marco viene a ser el mismo pero con distintos y diferentes ángulos. Janaina me confesó un día que no podía ser madre. Era su mayor ilusión, su más caro anhelo. Su marido no era el que había creído al principio. Su trabajo no resultó ser precisamente su válvula de escape, antes al contrario la sumergía más en su tristeza. Ríos de tinta para explicarme lo que había sido su destino. Deseaba cambiarlo, darle un giro de ciento ochenta grados a su vida y ni siquiera sabía como hacerlo.
En efecto, la mía había sido lo mismo pero a la inversa. Todavía me estoy preguntando la paradoja del asunto. Yo no me casé nunca porque no encontré a mi media naranja, mi cara mitad. Tal vez puse el listón muy alto y nadie fue capaz de saltarlo. Era una de mis mayores ilusiones, encontrar a alguien con quien compartirlo todo. Sin embargo, el destino quiso ironizar los matices de mi existencia, premiándome o castigándome con un hijo que no deseé en su momento. Ahora es casi el eje de mi vida. También lo es mi trabajo. Una labor que nunca imaginé llegaría a tener porque jamás tuve vocación para ello. Soy enfermera cuando mi sueño era ser azafata. Curo enfermos o al menos les presto mis servicios cuando en realidad nací aspirando a surcar los aires y familiarizarme con el pájaro de hierro tanto o más que con mi propia casa.
Desempeñar mi profesión anti-vocacional y cuidar a mi hijo fueron los dos detonantes que hicieron de mi mundo particular una mezcla de trauma, aceptación y posterior conformidad, dando finalmente paso a dos importantes e imprescindibles móviles sin los cuales quedaría vacía una vida que prometía salir por otros derroteros.
Janaina a su vez, desempeñaba el papel que ella había elegido: anestesista de un hospital. Ella se volcó para llegar a ser lo que era. Estudió firmemente durante varios años obteniendo notas insuperables que sirvieron de antesala para un empleo bien remunerado, bien considerado pero poco satisfactorio. Janaina me contaba que cada día que pasaba era como un granito de arena que conformaba la losa que se iba desplomando sobre su cabeza. Sus expectativas no se ajustaban a la realidad y su sufrimiento al ver como sus pacientes respondían favorable o desfavorablemente muchas veces era infinito.
No soportaba su trabajo, no soportaba ver como iban seres jóvenes por las ingratas enfermedades o por crueles accidentes. También los ancianos le inspiraban tristeza a pesar de lo avanzada que fuera su edad cuando se iban sin que nadie llorara por ellos en muchas ocasiones. El siguiente paso para ella era entrar en su casa y sentirse sola en compañía, - me siento sola y no lo estoy, el regreso a mi hogar no es más que una prolongación de la angustia que siento en el hospital entre mis enfermos sólo que con distinto matiz.-


Hace dos meses que no recibo carta de Janaina, ella me debe carta a mí. A saber lo que me contara en la venidera. Mi hijo dice que parece mentira que podamos contarnos tantas cosas y saber tanto la una de la otra, sin habernos visto nunca. Él no sería capaz de mantener una amistad de ese modo. Janaina, por su parte dice que he tenido mucha suerte al haber sido madre y que a nadie le expresaba sus más íntimos sentimientos, sus angustias y sus frustraciones como lo hacía con su querida amiga española.
Han pasado quince años más. Mi hijo se ha casado, Janaina ha quedado viuda y todavía el cartero que ya no es el mismo continúa dejando en mi buzón cartas de Venezuela. Yo vivo sola en mi barrio residencial con la única compañía de mis recuerdos, un setter-irlandés que llevo a pasear todos los domingos a la playa a las visitas esporádicas de mi hijo y su mujer.
Estoy a punto de jubilarme y el balance de mi vida oscila entre lo positivo y negativo, la frustración y la alegría, el amor y el resentimiento.
Voy a coger la correspondencia. Una carta de Janaina. La abro… Leo entre líneas ante la impaciencia de saber lo que me contara después, de una pausa de tres meses.


- Me voy para España. Voy a conocerte y continuar nuestra amistad sin el charco de por medio. Tenemos mucho que contarnos. Además siempre he deseado visitar España. Al fin y al cabo tengo ahí mis raíces. Llego el miércoles a las cinco de la tarde hora española. Espero verte en el aeropuerto, “querida hermana”.

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