Las cuatro estaciones de la convivencia de PAREJA
La convivencia de por sí es compleja, si a eso añadimos el que nosotros nos mostremos poco receptivos a ciertas situaciones todavía se complica más.
Alguien dijo que “dos no discuten si uno no quiere” y eso sí es una gran verdad. ¿Qué se pueden perder los nervios en un momento dado? Pues sí; no todo el mundo tiene el mismo dominio de sí mismo ni el mismo autocontrol. Contar hasta diez no hay costumbre de hacerlo. Habría que contar hasta cien incluso pero las matemáticas para esto casi no se utilizan. La convivencia en pareja con sus derivados adjuntos lleva consigo como una pesada maleta las discusiones por toda clase de motivos: desacuerdos, familia, hijos, amigos, economía, aficiones y un sinfín de causas que motivan también un sinfín de polémicas. Cuando uno se enfada aunque sea con motivo lo que habría que hacer en primer lugar es no discutir ni porfiar en esos momentos. Esperar unas horas a que los ánimos se sosegarán y solo entonces aclarar las cosas con la pareja, y por supuesto y muy importante: a solas, sin terceras ni cuartas personas que presencien de modo visual y auditivo la reyerta matrimonial o de pareja. Los hijos sufren por estas cosas de un modo que solo lo saben quienes lo han vivido. Puede incluso influir en sus convicciones futuras con respecto a la pareja. - Mamá y papá riñen y se pelean ¿por qué será? Yo no deseo que eso ocurra. -Cuando se trata de otras personas el tema tiene otras connotaciones pero siempre negativas. Los padres de uno o de otro casi siempre van a ir a favor de su “parte interesada”, del que sea su hijo-a, independientemente de que tenga o no razón. Los amigos y parientes habría que aplicarles lo mismo aunque no al cien por cien, suele haber equidad.
Pero la imagen que da el ver a una pareja “tirándose los trastos a la cabeza” lanzándoe toda clase de improperios en una especie de competición olímpica es deplorable. Los comentarios sobran pues cada uno es “dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras”. Pero la convivencia tiene muchas vertientes y cada vez más, ahora que hay diversidad en cuanto a familias y demás, la mano izquierda y la diplomacia son casi asignaturas. Tendríamos que reeducamos y hacer cursillos intensivos para paliar los efectos del estrés, la ansiedad y las presiones que la socidad y nosotros mismos de un modo global provocamos.
Al margen del estilo de vida que lleve cada uno pienso que deberíamos hacer una “cura” ó «limpieza” de relación de vez en cuando. Renovar los cimientos, plantearse el por qué se inició y remontarse a esa fecha pasada formulándose una propuesta de continuidad pero en la línea del respeto. Sería como darle un cariz de primavera a la relación. Planificar unas vacaciones a la altura de las posibilidades de cada cual sería la nota estival. Con una simple escapada de un día a un lugar diferente, donde nunca se haya estado y a poder ser romántico bastaría para dar color a una relación gris y marchita. El otoño con la caída de las hojas en los árboles sería el toque de reflexión a todo lo anterior y preguntarse si de verdad merece la pena seguir o ha llegado el momento de poner punto y final a algo que empezó muy bien pero con el paso del tiempo y por mucho que se intentara no se pudo hacer nada por salvarlo. Con la presencia del frío invierno, el chisporroteo de las brasas en la chimena: “un sillón junto al fuego”, la tertulia, la complicidad de todos los momentos vividos y el proyecto de futuro reflejados en la viveza del fuego, y el sonido de la lluvia acariciando los cristales. La chimena se puede sustituir por el calor del hogar sin la presencia del fuego directamente. Las castañas recién hechas al horno o asadas en uno de los carritos ambulantes que cada año pueblan algunas de las calles de la ciudad pueden evocar sensaciones. Luego un humeante y aromático café o una cena con velas y a la luza de la luna. Con todo esto nos podemos imaginar que estamos en el Taj-Majal como telón de fondo, ¿que todo es cuestión de imaginación? No. Tampoco consiste en una especial inclinación romántica y sensiblera. Solo se trata de valorar lo que tenemos. Sí vale la pena ó no. Sin tapujos, sin engañar a nadie. Usando la balanza si es necesario. Pero siempre en positivo, sea cual sea el resultado. Y siempre teniendo en cuenta que el amor y el respeto: empiezan por uno mismo.
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